¡Cómo ves a ese idiota! -pensaba-.
Se encuentra ahí esperando a que venga un tren vacío, si en el que vengo yo es
el más vacío que él podría tomar, al menos dentro de la siguiente hora próxima.
¿Acaso es nuevo en la ciudad de México?
No lo creo; aunque viste muy formal como para ir en metro, posiblemente sea un
simple capitalino de clase media-baja a juzgar por el tipo de ropa nacional,
queriéndose ver bien para su trabajo en donde la falta de estética no tiene
cabida ni aquí, ni en China, ni en Nueva York, tampoco en la India.
O quizá esté aguardando por
alguien, alguien que obviamente llegará tarde y tendrá que subirse con él o ella
en un tren casi lleno; en donde el
“casi” no tiene respeto ni presencia. Por la forma de como mira su reloj, esa
manera exasperada, anuncia ya un tiempo considerable de espera.
Yo, tengo que ir a recoger a mi
novia, con la que he quedado de verme en un punto medio de nuestras respectivas
casas, aun no sabremos que hacer hoy, yo quisiera dar un paseo o desayunar
juntos, platicar o felizmente caminar. Pero
qué querrá ella, siempre me gusta complacerla, soy envidioso y egoísta;
disfruto de verla feliz y contenta, que por más que piense a donde ir, lo que
quiero es verla sonreír, alegrosa; rimbombante diría ella.
Hago un recuento; billetera,
celular, reproductor de música -para el regreso-, mi camisa está bien,
pantaloncillos, perfume, veo mi reflejo a través de la ventana y aseguro. Todo
tú estas bien.
¿Cómo vendrá ella? ¿Tendrá un
vestido? No, no lo creo. Caminar con un vestido en pleno transporte público no
es algo que vaya con las reglas de "vestido de peaje". Quizá algo un
poco informal. Puede que sea unos jeans o mayas con una playera coqueta, de
esas que me gustan. Todo en ella me gusta, la amo incluso desnuda y sin
arreglar; pienso por primera vez en algo sexual. No, ya no. Hoy no tenía ganas, solo quiero abrazarla,
conversar, saber que está bien. Ya ha pasado un tiempo; avancé muchas
estaciones y el personaje solitario se quedó atrás.
Hay una pareja haya a lo lejos, con
un infante de unos siete años. Se ve relativamente feliz, he implico la palabra
relativamente debido que la pareja se
besa mientras el niño saborea un helado -es muy temprano para un helado-,
nadie conversa.
Volteo a ver la cantidad de
estaciones faltantes, son pocas; ahora me cuestiono, -¿Cómo la sorprenderé esta
vez? No tengo tiempo para flores y comprar algo en el ambulantaje no es ni
romántico, ni sorpresivo, ni nada atrayente a menos que ella me pidiera algo en
específico. Ya sé, solo la abrazare y
preguntaré, cómo te sientes. A veces, una simple muestra de afecto como la son
los abrazos resulta bastante efectiva para saber que ella siempre tiene mi
apoyo.
Estoy aquí, busco su cálida mirada,
la cual pude encontrar hasta en las épocas invernales más perpetuas. La veo,
está bonita, aunque tiene una cara de persona acongojada.
-¿Estás bien, te abrazo?
-No por favor, quiero hablar
contigo -Luego, todo calla-.
Espero solo mi regreso, me
pregunto, ¿acaso vendrá un tren vacío, seré un solitario más? Eso pasa por la
falta de comunicación, que bueno que no compre las flores.